Sin saber por qué
Recuerdo aquel verano
que aprendí a volar de nuevo:
Las manos laceradas,
el clic-clac del bastón de acero,
el contínuo batir las alas rotas,
y siempre en ti, mi nido.
Jugábamos sin cesar
con el poder de las palabras;
Hablábamos de nosotros,
de nuestras esperanzas,
lo que fue y no debió ser,
lo que nunca sucedió
y deseábamos que sucediera.
Y mientras tanto
ibas a mi lado y me guiabas
-siempre atenta a mis pasos-,
con tus manos, con tus ojos, con tus labios.
Anhelabas amar;
Yo anhelaba tu amor,
y juntos penetramos en secreto
en el bosque indescifrable
de las caricias ocultas, temblorosas.
Te adoraba en el estío, lentamente,
hasta agotar el tiempo sonrojado;
Entonces nuestras sombras tropezaban
y nos amábamos torpemente,
con las manos, con los ojos, con los labios.
El amor se despedía
en el mismo tren todos los días,
cotidiano verdugo
de nuestra historia;
Mi sombra se alargaba en el andén
hasta morir en los labios del túnel.
Regresaba,
y entonces mi reloj se aceleraba,
porque tu ausencia en mi memoria
me dibujaba el contorno
de tus manos, de tus ojos, de tus labios.
En aquel parar las horas y los días,
nos perdimos juntos muchas noches
hacia un futuro incierto.
Han sido aquellas estaciones
los testigos callados, los cómplices amigos
de nuestras decisiones.
Por eso,
cuando al paso cautivo de los años,
te sorprendo perdida ante el espejo
sin saber por qué te quiero,
me acerco y te recuerdo -muy despacio-,
que tu has sido, y aún eres mi verano:
con mis manos,
con mis ojos,
con mis labios.
Miguel Àngel W. Mawey 12-2-06 ®